Hay un lobo en mi entraña
que pugna por nacer.
Mi corazón de oveja, lerda criatura
se desangra por él.
Manuel Silva Acevedo

I
Un lobo devora una oveja mientras pasta ecos en el prado.
Todo lo que toco se marchita, seco otra higuera de
Beftagé. Mis ojos —roídos por el papel— penden de
una utopía, de una sonrisa empolvada, del olor glacial
del desaliento, de sus poros herméticos a mí.
El camino se columpia en el camino.
¿Ya llegué? ¿Estoy perdido?

II
Dos ovejas devoran al lobo.
Cae la lluvia. La evidencia del asesinato se escabulle
entre las piedras, los sedientos abren sus bocas
y sacan recipientes de sus casas. Sigo rasgando
las paredes, surcando tierras áridas, intentando
emanciparme, amputar mis miedos, regresar al
todo; desplegar mis alas. Alguien llora en la orilla
del río.

III
Un lobo devora las dos ovejas. Estaban agotadas de
tocar timbres, no opusieron resistencia en su lecho
de muerte.
Cae la noche, los sedientos están saciados pero
ahora están ciegos. ¿Pisaré encima de huellas pasadas?
Mataré ángeles y demonios: yo soy el creador.

IV
Tres ovejas devoran al lobo.
Fue una lucha desigual pero qué le vamos a hacer;
así de injusta es la vida. Los gallinazos afilan sus cubiertos,
el humus despliega sus tentáculos, los gusanos
rompen sus cascarones. Nada se desperdicia.
Me di una tregua con la búsqueda.

V
Un lobo devora las tres ovejas...