Poetas del mundo
Zancadilla
Porque un tropezón no sea caída,
no tengo que obligarme a agradecerte,
menos aún cuando el tropezón se debe a puntapié,
zancadilla artera nada parecida
a una luna en Tilcara, una acequia en Mendoza
o a un surubí escalando el Paraná.
Los impulsos de la poesía pueden venir de cualquier parte:
por ejemplo este viento que me hace tambalear luego de tu zancadilla,
o la proeza lunfarda de Cátulo Castillo
haciendo en “Desencuentro” un tratado ilustrado de nihilismo a la Ciorán.
No estoy pensando ahora en tu patada anémica,
ni en la que te voy a devolver con mucho gusto,
salvo que la poesía me convierta en angelito
y aprenda la cuestión del olvido, del dejar pasar,
de mirar la luna, toda llena en Tilcara,
de escuchar acequias al borde de Mendoza
o de comer surubí a orillas del Paraná,
imaginando el esfuerzo del pobre pescadito.
No.
Pienso ahora en la fuerza del cactus,
ese brote espinudo prendido de la roca,
creciendo de a poquito,
clavándose en el pie del turista que pasa,
administrando su sed bajo el sol de la puna
antes de florecer
en un color violento.