10 POETAS ECUATORIANOS CONTEMPORÁNEOS

Xavier Oquendo Troncoso

Los 10 autores que conforman la presente muestra de nueva poesía ecuatoriana están amparados por la raigambre literaria de su patria, que sigue siendo desconocida.

El dilema fundamental de los poetas jóvenes radica en encontrar un estilo, constituir una voz inconfundible que no sea parte de un canto colectivo, que se levante como una artesanía frente al molde.

Esta muestra está conformada por voces cultivadas en estilos definidos y distintos. Una de mis grandes preocupaciones es el fenómeno de espejo que se da en la vinculación entre autores. Por aquí y por allá andan algunos poetas repitiéndose entre sí, hablando sobre temas similares, con los mismos argumentos, con las mismas convicciones y hasta con el mismo gesto y porte intelectual. Ahora los poetas no buscan un estilo, buscan notoriedad y la encuentran en la repetición. No concibo una antología construida con textos escritos bajo el mismo tono, la misma postura y las mismas motivaciones. Por eso alguna vez dije, después de leer a uno de esos poetas “exquisitos”, que ya con leerle a él los había leído a todos ellos.

A mí me gustan las voces distintas, las voces que se diferencian de otras para conseguir, no una orquesta con un director, sino varios sonidos, tonos, formas que, aunque hablen sobre lo mismo, lo expresen a su manera. Si así lloviera que no escampe.

Marialuz Albuja (Quito, 1972). Su poesía tiene un tono conversacional, intimista. Es imprecadora y apasionada. Trabaja una primera persona que se desborda hasta traducirse a través de consideraciones vanguardistas. Aborda los grandes temas, pero su favorito es aquel que Ortega y Gasset calificó como la filosofía de todos los seres humanos: el “yo y sus circunstancias”.

Ana Cecilia Blum (Guayaquil, 1972) sugiere a través de la expresión del entorno. Tuvo una primera época en donde asumió la poesía erótica. Actualmente su gran decir poético logra un equilibrado tono entre el dolor del desarraigo y la reafirmación de un discurso femenino universal que no da tregua a formas manidas.

Julia Erazo Delgado (Quito, 1972) es portadora de una propuesta poética que se inscribe en la diafanidad filosófica, combinando equilibradamente la sensualidad, la soledad, el amor y la muerte con una dosis de ternura, elementos que conforman una poesía desligada del aspaviento y el lugar común. Su obra refleja un depurado tono metafórico, rico en símbolos y en imágenes.

Pedro Gil (Manta, 1971) ha sido considerado marginal por una crítica poco exhaustiva. Su obra, sin embargo, es el único discurso serio de la poesía social en esta generación. Construye su voz poética tomando el yo como referente y personaje. Expresa el prosaísmo desgarbado de la realidad a través de las más crudas y poderosas metáforas. Se trata de una voz inusual en la poesía actual del Ecuador.

Carmen Inés Perdomo (Esmeraldas, 1973) mueve su poesía por un tono parnasiano, jugando siempre con la figura de lo clásico y posmoderno. Poesía sin un sujeto definido. La voz poética de esta poesía se mueve en la tercera persona con comodidad para conseguir desvincularse de lo intimista, pasando a opciones más universales y descriptivas.

Gabriel Cisneros Abedrabbo (Latacunga, 1973) usa una voz poética de absoluto tono masculino que se pierde en el deseo. Es una voz que se derrota en medio del inusitado redescubrimiento de la belleza a una nueva edad, frente a la contemplación más sosegada:

Carlos Garzón Noboa (Quito, 1972) es el burilador de la joya, de la precisión del lenguaje poético. Sus poemas son creaciones y recreaciones de sí mismas. La voz poética siempre está enfrentada al recurso poético: la reconstrucción clásica, el adagio latino, el soliloquio. Crea así un estilo poco ligado a los referentes de la realidad circundante: hermético e impecablemente construido.

Freddy Peñafiel Larrea (Quito, 1972) no aísla el discurso del autor. El suyo es un trabajo poético con dosis de frescura. El discurso tejido con los hilos de su particular filosofía tiene un cierto ánimo de recrear mitos, a la manera de Eduardo Galeano. La ironía inteligente de esta poesía es presa del recurso hilarante o de admirables espasmos de verdadera ternura.

Franklin Ordóñez Luna (Loja, 1973) trabaja un sólido discurso de amor y homoerotismo. Una poesía difícil de moldear y domar, porque exige rigor y propiedad con las palabras y con el contenido, pero es fácil de asumir por el lector. En él hay un trabajo de bisturí con el ritmo, con las implicaciones y las connotaciones del discurso poético y, de forma intensa, con la diafanidad del texto.

A este grupo de poetas me pertenezco por generación y afinidad (Xavier Oquendo Troncoso, Ambato, 1972). Y pese a que formo parte de la muestra, se me ha pedido que escriba estas líneas, reflexionando sobre la poesía de mi generación

Este grupo generacional no concibe el problema de la creación desde la idea del parricidio literario, porque siente que sus antecesores son sus “hermanos mayores”. Son escritores que no dependen de un discurso colectivo o social, sino que, más bien, hablan desde sus circunstancias individuales. Asientan todo su potencial cognoscitivo y creativo en la ciudad. Prefieren referirse a lo universal y no quedarse en los problemas locales. La literatura de este tiempo permite la intertextualidad y la multiplicidad de géneros. Gracias a la proximidad de las fuentes actuales de información y comunicación, los conocimientos fluyen a gran velocidad y la sensibilidad se desarrolla dentro de entornos tecnológicos y de relaciones sociales impensables tan solo hace dos décadas. La nueva literatura se escribe desde un bagaje de conocimientos mucho más amplio que va cambiando y se renueva constantemente. El lenguaje literario —sobre todo el poético— suele ser multisemántico y repleto de imágenes herméticas o difíciles. Se trata de una literatura seria que, sin embargo, da cabida al humor y a la ironía sin temor. Son escritores obsesionados por el “oficio de escribir” y por ello lo convierten en tema de su literatura.

 

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