Piedra
1.
Sé un pensamiento mío.
La fijeza de mi mudez latente
no la sombra de mi cuerpo, su herida.
Yo tu posesión, mi huésped
FELIPE GARCÍA QUINTERO (1973)
Nació en Bolívar, Cauca. Obtuvo el título de Magíster en Filología Hispánica del Instituto de la Lengua del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (2005) y el de Estudios de la Cultura de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Quito, Ecuador (2003). Es Licenciado en Literatura y Lengua Española de la Universidad del Cauca (1996).
Desde 1995 dirige y edita en Popayán la revista de poesía Ophelia. Y forma parte del consejo editorial de la revista “Puesto de combate” de Bogotá. Es director fundador de Ediciones Axis Mundi. En la actualidad se desempeña como profesor del programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, en Popayán, Colombia.
Ha publicado los libros de poesía: vida de nadie, Madrid: Colección de poesía “Encina de la Cañada”. Altorrey editorial, 1999; piedra vacía. Quito: Ediciones de la Línea Imaginaria, 2001y La herida del comienzo. Granada: Ediciones Alhucema, 2005. Casa de huesos (selección de poemas). Mérida (Venezuela): Cuadernos artesanales de poesía, IMC, 2002 y Horizonte de perros, Cali: Colección de poesía La escala de Jacob. Universidad del Valle, 2005, son dos selecciones personales de poemas.
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MI MADRE GORDA cuando duerme parece una ballena encallada en la playa. Entonces río. Y mis ojos que la miran desde el sueño se vuelven agua de su océano y mis manos arena de la orilla.
Mientras duerme pienso si la vida se entrega a la tierra como las ballenas y si en vano ahora intento mover su cuerpo hacia las aguas que no quiere más visitar.
(1995)
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MI CASA, COMO EL DESIERTO, no tiene techo ni puerta, sólo boca.
Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la sostiene.
Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que resta.
La casa es oscura como mi voz en sus corredores.
Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue como el gusano tras la carne enferma.
A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo
(1996)
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POCO A POCO EL SILENCIO ha ido llenando mi alma de ruidos, con pisadas temerosas como de fiera perseguida por el temblor del corazón que afila su cuchillo.
Es la ciega voz que mantiene abiertos mis ojos.
Y —entre mí— pienso en el otro cielo que afuera de la casa me espera: mi cielo, el que inventa la lluvia en un rincón de la calle.
Un cielo de aguas podridas. De ahogada luna turbia, salvada del lodo por la mano del sueño.
Cielo mío de aguas podridas, sólo en tu carne brillan mis dientes caídos.
Cielo repentino de orín de invierno, ven a llenar con tu cuerpo mis manos vacías de ciego sin tacto. Cielo mío de pájaro sin cielo. Cielo de agua de vientre.
Cielo mío, hondo como la piedra
(1996)
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VIAJO EN UN TREN DE VEINTIÚN VAGONES conducido por todos mis muertos. Miro a través del cristal roto de la ventana una batalla de mariposas mutiladas por el cielo quemado de mis cinco años.
Converso con los árboles de la intemperie que desaparecen en mis ojos; los que no tienen camino, con los pájaros que son ya recuerdos del viento.
Yo tampoco sé qué tierra es ésta
(1994)
XIV.
TAL VEZ, Y POR SU FIN, estas palabras digan algo.
Lejos ya del mundo y de la mano que las traza, pueda estar el camino.
Quizá, alguna tarde de otro cielo, estas palabras se levanten y vayan por ahí en paz y sin nombre entre el polvo nuevo.
Tal vez, porque no al fin, por su fin, estas palabras digan algo, no pidan nada:
(1997)
1.
Sé un pensamiento mío.
La fijeza de mi mudez latente
no la sombra de mi cuerpo, su herida.
Yo tu posesión, mi huésped