Las cinco de la mañana;

Busco en los bolsillos de mi pantalón

los trozos de carne frita

que, en la infancia, mascaba;

Busco una pared baldía donde copiar mi eslogan,

¿el mismo que la enseñanza escolar me obligó

a memorizar para el inventario de mi futuro?

De entre toda esa memoria busco un trozo

que me permita masticar,

y por un mínimo segundo saber que educarse

nada tiene en común con acumular;

Al menos masticar permite

allanar un sabor del saber,

corrobora que la memoria obligada

por la educación, es tan inerte, como las cuencas

de los ojos en las esculturas de los héroes;

Existe otra memoria que no es posible calificar

por la rápida respuesta de dos más dos suman cuatro;

Y esa memoria está anestesiada, inutilizada,

en su lugar nos graban las fronteras

y las fórmulas de fe;

Poco terminamos sabiendo de la reflexión,

menos aún de lo que significa pensar

 Del libro Romance de la ciudad (2011)